Hay situaciones que sin timbre, nunca serían justamente correspondidas, mis tres favoritas son las que suelen provocar los niños, los perros falderos y los usuarios del Bicing. Una bicicleta sin timbre es como una mariposa sin lengua, parece robada, está desnuda y sacarla a pasear resulta una indecencia.
Sólo los payasos, llevan una bocina en el manillar de la bicicleta. El timbre no ha sido diseñado para asustar, ni para alarmar, ni para quebrar desigualmente el silencio.
El timbre es el frasco que encierra en su interior infinitas gotas de perfume, antagónico a la pestilencia del claxon que utilizan los rinocerontes cuando manifiestan públicamente su cabreo y arrollan a ancianas despistadas, borrachos y niños traviesos que nunca tendrán novia.
El silencio es una obra de arte y para colaborar en el lienzo, hay que estar inspirado, llevar la bicicleta como un pincel y el timbre afinado.
Desplazarse sin molestar es formar parte del equilibrio natural del momento y sentirse capaz de sobrellevar la responsabilidad de embellecer la rama de un almendro, pensar como un halcón y pavonearse como una gaviota. No molestar es estar perennemente invitado al milagro de la vida, estar preparado para recibir un beso y tener un do en el bolsillo para poder corresponderlo.
El timbre es capaz de convertir una nota musical de 4sg en el aroma de un recuerdo inmediato, en un saludo, en un pellizco de bebé en la mejilla, en una sonrisa y en una inolvidable gota de Miracle de Lancôme, en el cuello del pijama.
Bromptonring lleva al violinista a la izquierda del manillar, encarcelado en el interior de una cajita niquelada en negro, reproduce una única nota musical que se fragmenta a través de doce orificios y culmina en un do; decrescendo de 4sg.
Cambié a torperdo2, nos detuvimos frente al semáforo, un bebé feliz nos miraba. Tiré de mi oreja y sonó el timbre, el bebé sonrió, tiré de mi nariz y sonó el timbre; el bebé movió las piernas como si pedalease. La madre me miró entre complacida y asustada. Se puso verde y nos alejamos.
Cambié a torpedo3, penetramos en el parque, seguí la sombra de un sauce y recorrimos la cara este de la ermita; cuando un pequeña nube de polvo se nos cruzó, . Se acercó y lo agarré del chaleco, le puse la oreja frente al timbre y le regalé un Do. Lo dejé delicadamente en el suelo y nos alejamos.
Cambié a torpedo1, acometimos la pendiente del puente y tras cruzar una profusa barbacoa ilegal, un par de niños me siguieron, frente a la biblioteca, les hice una verónica y me detuve; los gitanillos se acercaron y le dije:
-No os da vergüenza, llevar la bicicleta desnuda?
Me miraron con los ojos como platos y aguardaron desafiantes, valientes, pequeños y morenos como guisantes negros.
Rebusqué en el bolsillo izquierdo, les mostré el puño cerrado y saqué un timbre de la palma de mi mano, uno de los chavales intentó arrebatármelo y le di una colleja en la nuca.
Descabalgué y agarré el manillar de su bicicleta y ambos, se quedaron quietos como zorros disecados; engarcé el regalo y me despedí sonriente con un primoroso Do sostenido.
O. Patsi